martes, 7 de agosto de 2007

Sobre Antonioni y la imposibilidad de salir de uno mismo


...o la inexorabilidad de ser (sólo y nada más que) uno mismo.

Uno de los más reiterativos expositores de la 'alienación del hombre moderno' en el cine, Antonioni, después de una breve incursión en el mundo proletario con Il grido (El grito, 1957), vuelve a los círculos más familiares de los mejor acomodados para así obtener una destilación más "pura" del denominado gran mal de los tiempos modernos, más allá de sus connotaciones marxistas. En su trilogia más famosa del principio de los años 60 (L'avventura, La notte y L'eclisse), somos testigos del vano intento de aproximación de hombres y mujeres, ávidos de romper el tedio, y que al cabo de sus relaciones fracasadas retroceden dentro de la isolación de sus fortalezas herméticas. Y es que al final, los hombres para Antonioni son precisamente eso: una fortaleza infranqueable, como las estructuras arquitectónicas de hormigón tan figuradas en L'eclisse (El eclipse, 1962). En medio de la representación de ese mundo entumecido, dos escenas se destacan en mi memoria: una tarde de juegos amorosos entre los dos nuevos amantes de L'eclisse (los bellísimos Alain Delon y Monica Vitti - los personajes de Antonioni pueden ser tristes, pero suelen ser bellísimas estatuas tristes) y la escena en que Monica Vitti (una vez más) se suelta en una fiesta en L'avventura (1960). Esas dos escenas contienen una explosión, una perforación momentánea de la membrana individual, pero esa 'salida hacia fuera' no tiene recipiente, no tiene destinatario, es estéril, y por eso luego se repliega en su desazón.

Los años pasan, las manifestaciones estudiantiles de 68-69 ocurren, el divorcio está en alza, la guerra de Vietnam culmina y explota, las colonias caen, nuevas guerras estallan al ritmo de la proclamación de los nuevos estados y las primeras señales de desaliento apuntan. David Locke (Jack Nicholson), el protagonista de Professione: reporter (The Passenger/El reportero, 1975) pasó por todo eso. Su profesión de periodista lo trajo a un desierto en África del Norte donde procura entrevistar guerrilleros de la más reciente guerra africana de (pos?)independencia. También hay una mujer en la historia, pero aquí está claro que el protagonista no está en busca del otro ni trata de establecer una conexión (ni siquiera con los sujetos de su reportaje); Locke no 'funciona' bien, está preso en su manera de ser y (no-)sentir. En este momento, sólo quiere escapar: de lo que él percibe ser sus limitaciones, de sus obligaciones con su mujer, su productor, en fin, de la responsabilidad de ser él mismo. Por eso, al depararse con el cuerpo muerto de su vecino de cuarto -el único otro cliente extranjero del hotel con quien tuvo pocas e inconclusivas charlas-, Locke no tarda en ver en esa mini-tragedia silenciosa su única oportunidad de escaparse, con todo lo que eso conlleva. Con mucha facilidad se hace pasar por el 'otro gringo', -y durante un breve interludio- le bastará con invertir la foto de su pasaporte con la del muerto para matar a sí mismo. Casi que naturalmente se apropia de las responsabilidades de su nueva identidad, acudiendo a las varias citas internacionales apuntadas en la agenda del muerto. Y al principio todo le parece fácil -ya que es nuevo y desconocido-, hasta cuando descubre que el hombre muerto (y en consecuencia, él mismo) era/es un vendedor de armas. No importa: lo que cuenta es aprovechar la oportunidad de ser otro, 'salir de uno mismo', deshacerse de su consciencia y empezar de nuevo. Pero poco a poco el círculo se va cerrando, y mientras que su mujer se acerca a la verdad, ni una joven viajadora (Maria Schneider) que conoce en uno de sus viajes por Europa al encuentro de los compradores de armas, ni su nueva identidad le pueden salvar de la responsabilidad de vivir, que para Locke significa estar atrapado en una representación. Seguimos al ritmo de las andanzas de Locke como las nuevas responsabilidades le van pesando, y al darse cuenta de que no logrará escapar ni de su verdadera identidad ni de su identidad impostora, interrumpe su huida hacia delante y acude a una última cita apuntada en la agenda. Y espera. En la memorable última tomada de la película, infinitamente lenta y metódicamente circular, Locke encuentra su muerte en las manos de unos matones que estaban detrás del 'muerto'. Vive la vida de Locke, y al arrebatarle la identidad a un otro, muere la muerte del otro. De las dos maneras, no logra escapar.

En la visión alienada del hombre de Antonioni, el hombre es no solamente una fortaleza infranqueable pero sobretodo, una fortaleza inescapable. A partir de ahí, sobra algo a decir?

1 comentario:

Muita calma nessa hora dijo...

No se si sobra pero des de luego no falta. Me costo al principio, pero despues se hizo corto.