miércoles, 6 de junio de 2007

El enigma de Werner Herzog

A finales de 1974 (año que me vio nacer), una semana después del estreno de El enigma de Kaspar Hauser, Werner Herzog improvisó un viaje a pie desde su nativa Munich hasta París para ir a ver Lotte Eisner, la totémica crítica e historiadora de cine franco-alemana. Al enterarse que la grande dame octogenaria del cine alemán estaba gravemente enferma, Herzog no dudó un instante en la elocuencia de tal empresa: la mera hazaña debería disuadir a su estimada amiga y mentora de morirse. Mientras caminara las sendas nevadas hasta ella, ella aguantaría. Dicho y hecho (y disuadido).

Herzog es un hombre de acción. Para él, la distancia común -mayor y menor para cada cual- entre el pensamiento y la acción parece ser inexistente. Un número de sus películas tratan de hombres monomaníacos: hombres con una meta en la cabeza y el empeño en el cuerpo y el alma. No hay barreras sociales, éticas o físicas que los detengan. Y si en Fitzcarraldo el protagonista se depara con una barrera física (el transporte de un enorme barco río arriba en el Amazonas), el protagonista de Kaspar Hauser choca con las reglas sociales establecidas. Kaspar Hauser no es propriamente dicho un hombre de acción, pero en su forma directa y totalmente sin ego de sentir-pensar-hablar tampoco hace caso a unas barreras muy arraigadas en la sociedad burguesa alemana del siglo 19.

El enigma de Kaspar Hauser o "Cada uno para si y Dios contra todos"* cuenta la historia real muy difundida en Alemania de un tal Kaspar Hauser, adolescente que un día apareció misteriosamente en una plaza de Nuremberg a principios del siglo 19. Llevaba una carta 'de introducción' con su nombre, fecha de nacimiento y un pedido para que hicieran de él un caballero o que lo mataran. Kaspar no hablaba a no ser balbucear algunas pocas palabras inconexas y su comportamiento y estado físico señalaban una vida aislada de todo contacto con la sociedad de los hombres.

En el prólogo, Herzog nos presenta una única ventana en los primeros años de vida de Kaspar, pasados en una minúscula celda oscura y húmeda. Vemos a Kaspar sentado en la tierra que tiene la celda por suelo, enmarcado por las paredes estrechas de su prisión. No habla ni gime; sólo se oye el sonido del caballito de madera con el que juega obstinado sobre paja y tierra. Recuerdo el impacto de la imágen de un hombre de 40 años -el actor no profesional Bruno S.**- interpretando a un adolescente que se comporta como un niño de 2. Talvez esa elección sorprendente tenga que ver con el comentario que Herzog hizo a respecto de la generación emergente de directores del Nuevo cine alemán -'todos somos huérfanos'-, aludiendo al agujero negro (celda oscura?) que representó el período desde la llegada del nazismo al poder hasta la Alemania de posguerra, privando toda una generación de alemanes de referentes sociales, culturales, éticos.

La aparición de Kaspar entre los hombres suscita un súbito interés por parte de los filósofos y hombres de ciencia; en él hallan la oportunidad única de averiguar el 'estado natural' del hombre. Estamos lejos de Rousseau y Hobbes cuyas teorías oponían dos versiones del hombre en su estado original, pre-social: el 'bueno salvaje' por un lado, el 'hombre lobo para el hombre' por el otro . Lo que aquí importa es saber si es racional, lógico - en fin, si tiene la esencia de un 'buen ciudadano'. Kaspar aprende sorprendentemente rápido a hablar, leer y a escribir. En las varias visitas de los eruditos y curiosos que presenciamos, queda claro que el único realmente curioso y ávido de entender es Kaspar Hauser; los inquiridores no tardan en desvelar una actitud mezquina y pobre que busca únicamente confirmar sus certezas.

Recuerdo una cena en un circo. Una luz opaca azul lo recubre todo. Como en un sueño, Kaspar aparece entre enanos vestidos de magos, la mujer con barba, el hombre-tronco. Un freak entre los freaks. Es la epifanía. Al toparse con un ejército de Kaspar Hausers, entiende que la sociedad es enfermamente excluyente, encerrada en sí misma, huérfana.

Y la primera imagen de la película: el viento azotando sinuosamente un campo de trigo, imagen reminiscente de una otra película sobre un iluminado: Ordet, o La palabra, de Carl T. Dreyer. La importancia de la palabra, dicha y recibida en una, y la sordera y finalmente la mudez que provoca, en la otra. Palabra, que al poco de descubrirla, le es arrebatada. Kaspar Hauser muere asesinado en circunstancias tan misteriosas cuanto su aparición.

Kaspar Hauser, o un huérfano entre huérfanos.

Eso es lo que recuerdo.

*El título original en alemán "Jeder für sich und Gott gegen alle" es una frase que Herzog supuestamente hubiera tomado del clásico brasileño Macunaíma (dir. Joaquim Pedro de Andrade, 1969), cuyo protagonista también es ajeno a las reglas sociales, pero bien a su modo.
**Kaspar Hauser tenía 16 años cuando apareció en la plaza. Bruno S. era un músico callejero recién salido de un instituto mental donde había pasado la mayor parte de su vida, marcada temprano por la violencia y la indiferencia.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Buen recuerdo amor